Patrick Mboma se colgó el oro olímpico con Camerún
Fue el segundo máximo goleador de Sydney 2000
El ex ariete repasa la increíble trayectoria de los Leones Indomables
Al asociar mentalmente Juegos Olímpicos y Japón, uno piensa automáticamente en Patrick Mboma.
En 1997, cuando estaba pasando de puntillas por el París Saint Germain, el delantero camerunés decidió marcharse al País del Sol Naciente para probar suerte con el modesto Gamba Osaka.
Esa apuesta arriesgada resultó un golpe maestro para Mboma, cuyas magníficas actuaciones le permitieron regresar a Europa por la puerta grande y afianzarse como titular indiscutible con los Leones indomables, con los que disputó la Copa Mundial de la FIFA 1998, ganó la Copa Africana de Naciones en 2000 y en 2002, y, sobre todo, se colgó el oro en el Torneo Olímpico de Fútbol Masculino de Sydney, donde se erigió en el segundo máximo goleador con 4 dianas.
Esa medalla de oro olímpica, cuatro años después de la conquistada por Nigeria, sigue siendo su “mayor alegría como futbolista”, como reconoce en esta entrevista exclusiva para FIFA.com.
Patrick Mboma, ¿cómo tomó la decisión de marcharse a Japón en 1997?
Para mí, lo más sorprendente fue que vinieron a por mí. Yo estaba en el París Saint-Germain a las órdenes de Ricardo y no jugaba. Un agente contactó conmigo con esa oferta del Gamba Osaka, pero al principio no me decía nada.
Fue el aspecto económico lo que me hizo pensármelo, porque me proponían ganar ocho veces lo que estaba ganando en el PSG, además de la garantía de jugar regularmente. Sabía que algunos grandes nombres habían jugado en Japón.
Desde el primer entrenamiento, supe que podría lograr proezas. Marqué 24 goles y di 15 asistencias en mi primera temporada, y el club quedó segundo en la segunda fase. Me aupé a la cima del fútbol japonés en unos meses. El entusiasmo de la prensa y de los aficionados en torno a mí era alucinante. Eso me dio mucho orgullo y confianza.
¿No temió quedarse fuera de los principales radares?
Sabía que corría el riesgo de que me perdiesen de vista, y por eso hacía falta una compensación económica. Pero al final, el PSG volvió a llamarme para ofrecerme más de lo que ganaba en Japón. Sin embargo, opté por la Serie A, que era la liga emblemática en esa época, al fichar por el Cagliari.
Con la selección, me convertí en titular y ayudé al equipo a clasificarse para el Mundial de 1998. Personalmente, esa aventura japonesa fue una apuesta ganadora.
¿Con qué estado de ánimo afrontaba los Juegos Olímpicos de Sydney 2000?
No nos imaginábamos poder ganar una medalla. No conocía a toda la plantilla, y sabía que algunos jugadores importantes, como Marc-Vivien Foé, Salomon Olembé o Rigobert Song, habían sido retenidos por sus clubes.
En la plantilla solamente estábamos cinco jugadores que habíamos ganado la CAN seis meses antes; entre ellos Samuel Eto’o, que era para mí una garantía de poder combinar en ataque, pero con eso no bastaba para crear un equipo. Pensamos: “va a estar complicado; vamos a ir allí para sacarnos unas fotos” (risas).
Antes de tomar el avión, fui a comprarme una cámara digital. Iba en plan turista. Disfrutaba con la idea de codearme con las estrellas del deporte mundial, pero enseguida me desengañé, porque no estábamos en la villa olímpica.
¿Cuándo empezaron a ser conscientes de que el equipo podía aspirar a una medalla?
Fuimos adquiriendo confianza en nosotros sobre la marcha. Al principio, procuramos no hacer el ridículo. Superamos la fase de grupos un poco por los pelos, y nos tocó contra Brasil en cuartos de final. Ahí nos dijimos a nosotros mismos: “Está bien haber participado, intentemos despedirnos con la cabeza bien alta”.
¿Los brasileños se vieron sorprendidos por vuestra determinación?
Era el combinado que había decretado que iba a ganar los Juegos Olímpicos. Estaba Ronaldinho, del que habíamos oído hablar, pero a quien no conocíamos. Pienso que pecaron un poco de arrogancia. Y cuando empiezas un partido de la manera incorrecta, cuesta funcionar bien. Les costó mucho corregir el rumbo; los veíamos discutir unos con otros. Eran netamente superiores a nosotros, pero colectivamente no hicieron bien su trabajo. Nosotros marcamos la diferencia en cuanto a voluntad, compromiso y determinación.
De todos modos, ahí estuvo su gol de falta en el minuto 17…
No sabría explicarlo, pero desde el momento en que coloqué el balón y tomé carrerilla, estuve seguro del resultado. Ya había metido algunos así en mi carrera, ¡pero tampoco era Mihajlović ni Platini! Ese gol nos dio alas.
¿No entraron las dudas cuando Ronaldinho empató en el tiempo añadido?
¡Sí, sí! Porque además del empate, se produjo nuestra segunda expulsión. Estábamos 9 contra 11 y contra Brasil… A mí me sacó del campo el seleccionador aun cuando me estaba sintiendo realmente bien. A pesar de todo eso, logramos marcar el gol de oro.
En semifinales tocaba Chile, un rival de mucho cuidado que estaba marcando muchos goles, y con un Iván Zamorano en estado de gracia…
Vencer a Brasil nos dio muchísima confianza. Les pasamos por encima los 20 primeros minutos, poniendo mucha calidad en nuestro juego. El problema era que jugábamos sin nuestros dos defensas sancionados, y que nuestra zaga había decidido jugar a forzar el fuera de juego.
El resultado fue desastroso, pero nuestro portero Carlos Kameni nos mantuvo dentro del partido hasta poco antes del minuto 80, que marcamos en propia meta. Los chilenos estaban dominando abrumadoramente en el segundo periodo, y parecía estar sentenciado.
Pese a todo, encontré los recursos mentales para decirme que no estaba acabado, y para volver a motivar a los chicos. ¡Había una final en juego! Empaté poco tiempo después y, a través de una vuelta de tuerca increíble, provocamos una pena máxima que convirtió Lauren en el último minuto.
En la final, la vuelta de tuerca fue aún más alucinante. Xavi abrió el marcador en el minuto 2, y Camerún iba 0-2 abajo al descanso…
¡Hay que añadir que Kameni le paró un penal a Angulo al comienzo del partido! Estábamos jugando bien, y el segundo gol español fue un accidente.
No teníamos ningún complejo de inferioridad, pero el problema era que teníamos tres jugadores importantes, Eto’o, Lauren y Geremi, que jugaban en la Liga y que tenían bastante miedo de los españoles. Pierre Womé y yo jugábamos en Italia, y habríamos tenido miedo si nos hubiésemos enfrentado a Italia, pero ahí no teníamos ningún complejo.
Asumimos la moral del equipo con determinación y le dimos un impulso positivo. Yo hablé mucho con los chicos en el calentamiento, casi mintiéndome a mí mismo. Al descanso, el seleccionador estaba abatido. Yo me levanté y tomé la palabra, diciendo básicamente que, si ellos habían metido dos goles en 45 minutos, nosotros también podíamos hacerlo y, sobre todo, que era una oportunidad histórica para conquistar el oro olímpico.
Eso devolvió la motivación a todo el mundo, incluido el entrenador, que hizo dos cambios y reposicionó el equipo. Y funcionó, porque empatamos en menos de un cuarto de hora…
¿Cómo reaccionaron los españoles?
Perdieron el hilo por completo. Es sabida la importancia de la faceta mental en el fútbol. Sufrieron una primera expulsión y luego una segunda, y se encontraron en la misma situación que estuvimos nosotros contra Brasil en cuartos.
Por eso pensamos que, incluso con esa ventaja, podía pasarles lo mismo a ellos [ganar con dos jugadores menos]; sobre todo cuando enviaron un lanzamiento de falta al poste… Eso nos dejó helados unos minutos. Luego nos pusimos de nuevo a atacar y Eto’o marcó el gol de oro… anulado por un fuera de juego inexistente.
Llegamos a la tanda de penales y fueron los cinco jugadores que habían ganado la CAN quienes lanzaron, y los metieron todos dentro.
¿Qué sintió cuando le colgaron la medalla de oro alrededor del cuello?
Ya había ganado algunos torneos en mi vida, a veces con goles en el último minuto o en los penales. Es una alegría que te acompaña durante semanas, así que simplemente hay que intentar imaginar lo que es cuando te proclamas campeón olímpico.
Además, no es algo que uno se imagina al iniciar una carrera de futbolista profesional. Jugar en una gran selección africana, ganar la Copa Africana de Naciones o marcar un gol en un Mundial eran sueños legítimos.
Cuando me marché a los Juegos Olímpicos, ya había cumplido todo lo que esperaba con la selección, y no me imaginaba obtener una medalla. Y 15 días más tarde, ganamos… Hay que saber que, por entonces, Camerún nunca había logrado el oro olímpico [en ningún deporte].
La alegría era simplemente inconmensurable. Más de 20 años después, sigo tratando de describirla… Esa medalla de oro es mi mayor alegría como futbolista. Cuando canté (que digo, ¡grité!) el himno nacional, tenía un torbellino de pensamientos positivos en mi cabeza. Sobre todo, que esa hazaña salía de ninguna parte. No estábamos especialmente bien preparados, y en varias ocasiones rozamos la eliminación.