Daniel Passarella fue un defensor áspero, de esos a los que nadie, ni el atacante más corajudo, quisiera enfrentar.
Pero no sólo los delanteros le temían: con su zurda prodigiosa y un salto que envidiaría cualquier basquetbolista, el marcador central más goleador en la historia del fútbol argentino fue también el terror de los arqueros rivales.
El gesto adusto, la zurda cargada de gol y el brazalete de capitán se convirtieron en su marca registrada. La otra, la que quedará para la posteridad, es la que lo muestra sonriente y feliz. En andas, con el número 19 en la espalda y el trofeo de la Copa Mundial en la mano, con su querido y conocido estadio Monumental como escenario.
“Levantar esa Copa es como sentir un orgasmo permanente”, reconocería luego a FIFA.com.
Nacido para ganar
Extenderse en una fría lista de reconocimientos y títulos en la notable carrera de Passarella representaría una obviedad.
Tal vez baste con citar a Diego Maradona, que colecciona más desencuentros que sonrisas con el Gran Capitán, quien definió al primer argentino en levantar la Copa Mundial como “el mejor defensor que haya visto en mi vida. Y el mejor cabeceador, tanto en ataque como en defensa”.
No por nada integra la prestigiosa lista FIFA 100 con los mejores jugadores de la historia, marcó 99 goles y dio cátedra en la liga italiana, esa en la que brillan los mejores defensores del planeta.
“Siempre sentí nervios, un cosquilleo antes de jugar. Pero cuando pisaba el césped con el pie derecho, como era mi costumbre, me transformaba. Me olvidaba de todo, sólo quería ganar”, aclara.
Con su actitud y seguridad, Passarella se ganó rápidamente la confianza de César Luis Menotti, encargado de construir una selección capaz de pelear por el título mundial en casa.
“Nunca dudé en darle la capitanía, tenía un contagio y un profesionalismo notables. Era un verdadero líder”, reconocía el entrenador. Y el jugador nacido en la ciudad de Chacabuco le respondió como mejor sabía: liderando a la selección durante los 7 partidos que duró el certamen hasta derrotar a Holanda 3-1 en la final.
Sin embargo, la alegría en aquella fría jornada del 25 de junio de 1978 no borró la parte recia del capitán, que protegió el trofeo a capa y espada. Como recuerda Mario Kempes, goleador del torneo:
“Daniel no quería darle la Copa a nadie. Ni yo la toqué. Fiel a su estilo, con los codos arriba, la protegía contra todos. ¡Si hasta se negaba a entregársela al encargado de seguridad que vino a buscarla al vestuario!”.
México, esperanza y final
Tras fallar en el intento de revalidar el título en España 1982, edición en la que convirtió respectivos tantos frente a El Salvador e Italia, Passarella tenía un objetivo claro: cerrar su carrera dorada con la selección en México 1986.
No obstante, el destino le tenía guardado otro final. Un virus intestinal e inesperado forzó a Passarella a dejar el equipo para internarse durante ocho días en un hospital azteca, tiempo suficiente para decirle adiós al certamen…
“Tenía un banquito pequeño en la habitación donde concentraba. Por las noches me lo llevaba a la cancha de entrenamiento, me sentaba solo y permanecía llorando durante horas”, reveló el Gran Capitán.
Su reemplazante en la lista de buena fe no fue otro que José Luis Brown, quien anotaría justamente el primer gol de la final ante Alemania en el estadio Azteca. Así y todo, Passarella resultó clave en la clasificación argentina para México 1986. La historia cuenta que en el duelo decisivo ante Perú, el equipo de Carlos Bilardo necesitaba un punto en Buenos Aires para sellar su pasaje.
En el entretiempo, los incaicos se imponían 2-1 y los fantasmas sobrevolaban el Monumental. “En el vestuario estábamos todos callados, y nosotros le habíamos sugerido previamente al preparador físico, el Profe Echeverría, que se comprara un departamento a cuenta con lo que ganaríamos por clasificar al Mundial”, recuerda Passarella.
“Como necesitábamos valor, me levanté, le palmeé la espalda al Profe y le dije que se quedara tranquilo. Íbamos a clasificar para que él pagara ese departamento”. Dicho y hecho: a pocos minutos para el final, el mismo Passarella encabezó una patriada personal en el área peruana y estrelló su tiro en el palo, para que Ricardo Gareca empujara el balón al arco vacío y le diera la clasificación a Argentina.
“Si bien tengo la medalla de campeón y estuve con el equipo en la ceremonia de premiación en México, yo sólo me siento campeón cuando estoy en la cancha”, confesó el mismo Passarella años más tarde.
Sin embargo, pese a aquella experiencia agridulce, sus números en la fase final de la Copa Mundial de la FIFA avalan su fama: disputó 12 partidos con un saldo de 7 triunfos, 4 derrotas y 1 empate. Marcó 3 goles, levantó el trofeo en una oportunidad y se llevó dos medallas doradas para su museo personal.
Pero lo que es aún más importante que los números: forjó una leyenda, la de aquel defensor temible al que respetaban atacantes y arqueros por igual. El Gran Capitán.